Art School Confidential

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Dir. Terry Zwigoff
E.E.U.U. 2006


A menudo se tiene la perniciosa costumbre de creer que es artista quien presume de serlo. Lo que en nuestras sociedades ha contribuido a la proliferación de ilustres genios que sostienen toda su obra en la palabrería. El arte deja pues de ser un oficio y se convierte en un discurso, o más propiamente, una verborrea que presume de serlo.








Sin embargo, el verdadero artista prefiere cerrar la boca y dejar que sea su genio quien hable por él. Sabe que la mayoría de los hombres son sordos además de estúpidos y que la única manera de enseñarles algo es a través del dolor y la violencia. Golpearlos en la cara, amarrarles una zoga al cuello y estrangularlos poco a poco hasta que sus labios, cianóticos, se marchiten irremediablemente como la flor que asiste por única vez al mundo.








El artista debe ser, ante todo, una piedra de tropiezo, un verdugo; libre para traer libertad y preso para traer cautiverio. Por eso los demás le odian, le persiguen, le temen y secretamente, le aman. El artista no buscará nunca ser lo que llaman un buen hombre, en lo posible deberá ser el peor de todos, el más vil y el más puro al mismo tiempo, puesto que su papel no es juzgar la naturaleza humana sino convertirse en ella para así poder expresarla.



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