E.E.U.U. 2006
Sin embargo, el verdadero artista prefiere cerrar la boca y dejar que sea su genio quien hable por él. Sabe que la mayoría de los hombres son sordos además de estúpidos y que la única manera de enseñarles algo es a través del dolor y la violencia. Golpearlos en la cara, amarrarles una zoga al cuello y estrangularlos poco a poco hasta que sus labios, cianóticos, se marchiten irremediablemente como la flor que asiste por única vez al mundo.
El artista debe ser, ante todo, una piedra de tropiezo, un verdugo; libre para traer libertad y preso para traer cautiverio. Por eso los demás le odian, le persiguen, le temen y secretamente, le aman. El artista no buscará nunca ser lo que llaman un buen hombre, en lo posible deberá ser el peor de todos, el más vil y el más puro al mismo tiempo, puesto que su papel no es juzgar la naturaleza humana sino convertirse en ella para así poder expresarla.
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