Dir. Yasujiro Ozú
Nos encontrábamos en el ciclo sobre Yasujiro Ozú presentado por el cineclub de la Revista Kinetoscopio. Era un sábado como cualquier otro, pero la diferencia era que estábamos en la sala 2 del sótano, en presencia de la imagen de una familia Japonesa de postguerra, en 1953.
Es de anotar que en la composición de la historia no se hace mención de la guerra, por el contrario, nos encontramos con un Tokio muy avanzado tecnólogicamente. La ciudad toma vida con el dinamismo de una abundante producción, circulación y consumo de mercancías. Encontramos en sus conversaciones alabanzas a los beneficios logrados por los avances tecnicos e industriales, como por ejemplo, el viaje en tren.
La historia nos cuenta de unos padres campesinos que viajan a visitar a sus hijos que se han ido a trabajar a Tokio. Ellos, por su puesto, se sorprenden con los avances de la gran metrópoli. Sin embargo, detrás de los diálogos y las alabanzas, los personajes de Ozú manifiestan la necesidad primaria de la emergencia de espacio que requiere el sujeto en la creciente ciudad.
Es de particular interés la radiografía que hace Ozu de la forma en que la familia habita su espacio. Esto se evidencia desde el primer acto de la historia, con la llegada de los padres a la casa de su hijo. Éste, con su mujer, hacen todo lo posible para abrirles espacio a los viejos. Ella, para conseguirlo, mueve la mesa de estudio de su hijo mayor, quien al llegar a casa y ver la reducción, la busca para reclamarle que él necesita más espacio en la habitación para sus estudios.
La película logra trasmitir la idea de lo público, de una constante vigilancia del sujeto, ya que por ser un espacio tan íntimo el de la familia, nada le es oculto a la madre de la casa que la recorre toda y además está pendiente de todos aquellos que están en ella. Ella domina el funcionar de la casa, la controla. La película da la sensación de que el sujeto no puede hallar la soledad, siempre está viviendo en familia.
Por Andrés Úsuga
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